lunes, 29 de abril de 2013

«El hombre en busca de sentido», de Viktor Frankl



                              «El hombre en busca de sentido», de Viktor Frankl




Viktor Frankl fue un psiquiatra austriaco prisionero durante tres años en Auschwitz y otros campos de concentración.

Su estadía en aquellos lugares le llevó a observar y sentir en sus propias carnes la existencia desnuda, situaciones límite y las reacciones de los hombres ante ellas.

Durante esta narración iremos viendo, de modo sistemático y mediante algunos epígrafes (Apatía, Hambre, Ausencia de sentimentalismo, El humor en el campo, Suerte es lo que a uno no le toca padecer, Juguete del destino, Análisis de la existencia provisional, La pregunta por el sentido de la vida, entre otros), no ya las archiconocidas atrocidades que sufrieron de forma general los prisioneros de la Guerra, sino el impacto que, de forma concreta e individual, psíquica y personal sobre todo, recibían los reclusos durante el día a día, uno tras otro, días lentos, casi eternos, y el análisis que Frankl hace de ellos.

A pesar de que, obviamente, cuenta lo que vivió y esto va ligado inevitablemente a un punto de subjetividad y vivencia personal, a un tinte autobiográfico, no se centra tanto en contar sus penurias de manera que, quizá, le sirviera de catarsis o liberación; el enfoque se dirige al individuo de forma general, pero concreta; los cambios y reacciones sufridos por el prisionero común, pero de forma individual. Encontramos que de alguna manera el hombre se repliega sobre sí mismo valiéndose de diversas cuestiones (según el caso) que lo lleven a uno u otro lugar.

La experiencia de Viktor Frankl durante este tiempo le llevó a la fundar lo que conocemos como logoterapia. Definir este concepto en unas pocas líneas se me antoja algo pretencioso. Rescato un pequeño fragmento al hilo de esto:

Recuerdo a un colega norteamericano que un día me preguntó en mi clínica de Viena: «¿Dígame, doctor, es usted psicoanalista?». A lo que yo respondí: «No exactamente psicoanalista; más bien soy psicoterapeuta». Entonces siguió preguntándome: «¿A qué escuela pertenece?» «Sigo mi propia teoría; se llama logoterapia.» «¿Puede describirme, en pocas palabras, qué quiere decir con ese término?» «Sí —le dije—, pero antes de contestarle, ¿podría usted definirme en una frase la esencia del psicoanálisis?» Ésta fue su respuesta: «En el psicoanálsis, los pacientes deben recostarse en un diván y contar cosas que, a veces, resultan muy desagradables de decir». Le respondí con una rápida improvisación: «Pues bien, en la logoterapia, el paciente permanece sentado, bien derecho, pero tiene que oír cosas que, a veces, son muy desagradables de escuchar».

Así las cosas, podríamos decir que la logoterapia mueve los resortes internos más primarios del hombre para moverlo, incitarlo, motivarlo y resolver ciertos problemas. Podríamos decir que algunos objetivos de la logoterapia son la búsqueda de sentido, el problema del vacío existencial (y esa cierta frustración que suele acompañarlo), aquello tan ambicioso y delicado del sentido de la vida, del sufrimiento, etc.

Termina la esta segunda parte del libro con una crítica al pandeterminismo interesante y cómplice; aunque según con quién, imagino.

Recomiendo este libro con ganas.

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