domingo, 11 de mayo de 2014

«Memorias circulares del hombre-peonza», de Carlos Salem




Este viernes tuve la suerte de ver a Carlos Salem y a Diego Ojeda en La Puerta Falsa ofreciendo un concierto poético —o una extraña mezcla de poesía y música, aún no lo tengo muy claro—. Aunque creo que pudo dar más de sí, no me arrepentí de haber pagado la entrada. Incluso compré este libro al concluir la noche llevado por una oscura curiosidad. Tampoco me arrepentí de esto. 
Ya en casa tardé poco en llegar a la última página y darle vueltas a eso que dice Salem de que la imaginación —como el tiempo— es humo (escurridizo). 
No puedo decir que me deje en vilo o fagocite como harían otros, pero sí que ese dar vueltas y conectar los versos y retorcerlos y empaparlos de chulería casi elegante consigue que llene las páginas de marcas y subraye versos y anote alguna paja mental en los márgenes. Resulta divertido, para qué mentir. Salem es explosivo, sucio, a veces incluso nostálgico, sin poder evitar ese manto de canalla enfebrecido que termina por envolverlo.
Podría verse este compendio como un proceso variopinto, dividido en el mismo poemario, que se va consumiendo desde su germen y a la vez cobrando vida.

Dicen que cuando gritas
todo el tiempo
contra el tiempo
se pierden los detalles
pero no es cierto:
es la estela del detalle lo que tienes
espumas de un paisaje
comisuras de labios que te llaman sin nombrarte
un huracán de pestañas
una mano que roza el movimiento
y poco más.

Un proceso que va desde la niñez hasta la desarraigada —y destilada— existencia, pasando por una experiencia que no podía cobrar otra forma siendo Salem quien escribe y quien advierte de que hay que recordar con precaución

(Retirar los cristales de las fotos)
Que quien amábamos más que a nuestra sombra
se vuelva poco a poco la sombra de una sombra.
Que los otoños se acumulen en esta estampa un verano
que duró el tiempo de un disparo de ojos rojos.

(Retirar los cristales de las fotos)
Que nuestros muertos se vayan del todo con sus trajes anacrónicos.
Que el niño asustado que fuimos crezca o se suicide o ambas cosas
pero lejos de los focos.

Cosas que se pierden por el camino, pero que no tienen importancia; frases que quedan en el aire y el actor es incapaz de atrapar, pero habrá que seguir adelante como si todo estuviera bajo control; ligaduras rebeldes o revolucionarias que dan mucho juego. Y Salem sigue ahí. También de noche, que es cuando vuela la imaginación.

Será una larga noche
sin relojes
y sin poder emborracharme
como siempre
que otra mujer de mi vida
baja las escaleras
y yo miro hacia la puerta
que se cierra.





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