miércoles, 7 de mayo de 2014

«Una forma de vida», de Amélie Nothomb




Parece que el sello de Nothomb sigue apareciendo como una especie de marca corrosiva, aunque quizá en esta novelita de forma más tenue. Aquí es como si sobrevolara el panorama sin terminar de lanzarse en ningún punto, pero señalando varios con la mirada. 
Melvin Mapple es un supuesto soldado norteamericano destinado en Irak que envía una carta a la propia Nothomb, y a partir de ahí se va forjando una relación algo extraña. Melvin va subiendo de peso de forma alarmante debido al impacto de la guerra, al shock que le produce. Surge una nueva persona dentro del inmenso soldado, casi una nueva presencia, un juego de identidades. Llega a tomar ese afán desmedido por la comida como una especie de mecanismo de saboteo al país, al ejército. O, al menos, eso parece.
La historia es rápida, vertiginosa. Hay que subirse al carro y leer rápido e ir cogiendo los coletazos inteligentes, aunque exiguos, que se van arrojando. Sobre el telón de la fama se van dibujando juegos de personalidad y ocultamiento, tentativas de poder, arte como camino, sombras propias que se abalanzan sobre su dueño y a punto están de fagocitarlo.

Si Melvin era un artista, le había privado de una calidad esencial en el arte: la duda. Un artista que no duda es un individuo tan agobiante como un seductor que se cree en tierra conquistada. Detrás de toda obra se esconde una presión enorme, la de exponer tu visión del mundo. Si semejante arrogancia no se compensa con la angustia de la duda, el resultado es un monstruo que es al arte lo que el fanático es a la fe.

Melvin cobra forma porque Nothomb le da ese poder, ya sea más o menos consciente de ello. Recurre a ella como una forma de existir, o como un juego de existencia a raíz de su relato sobre la obesidad. La relación por correspondencia comienza a tomar fuerza, a tener cada vez más fondo; a hacerse, de alguna forma, necesaria. Incluso Nothomb sufrirá algo parecido a la ansiedad o a la dependencia que le produce la espera de una respuesta. De pronto la balanza hacer crack y es la escritora la que depende del desconocido, la que concede al otro el poder de dominarla, le pese o no. Cuando parecía que el soldado había cruzado el umbral de lo permitido, Nothomb responderá de forma liviana, ahogando la ironía y la palabrería afilada que se traía antes y que, igual que parece que es lo que le hace ser ella misma como escritora, era lo que la hacía interesante y útil para el soldado y de pronto todo se esfuma. Algo ha fallado. Quizá el rumbo, la dirección que parecía llevar la relación, se ha desinflado.

Me sublevo: ¿por qué los individuos deberían ser obligatoriamente más auténticos cuando los tienes delante de ti? ¿Por qué su verdad no iba a expresarse mejor, o simplemente de un modo diferente, en una misiva?
La única certeza es que eso depende de los seres en cuestión. Hay personas que ganan con el trato y otras que ganan al ser leídas. De todos modos, incluso cuando alguien me gusta hasta el punto de vivir con él, también necesito que me escriba: una relación no me parece completa si no conlleva una parte de correspondencia.

Puede que esa forma leve de apuntar a los temas que apunta sea a la vez su fuerte, y que, aunque no termine de lograr ese arranque devastador al que parece asomarse en más de una ocasión, sí consigue un acercamiento a ese derribo de muros, tanto en la correspondencia como en la realidad.
Puede también que una parte de ese tira y afloja que se había apagado tome algo de aire cuando Nothomb descubra en Melvin un artificiero hasta cierto punto extraño, pero ahora con otro cariz, con otro estilo.
Me parece que no me alejo mucho de la realidad si digo que se puede tomar como un ligero asalto a temas contemporáneos y como una novela de relaciones: la de Nothomb con Melvin, la de Nothomb con sus lectores, la de Melvin con Sherezade, la de Melvin con su hermano y, finalmente, la de Nothomb consigo misma: la explosión de la relación consigo misma.

Lo sabes: si escribes cada día de tu vida como si estuvieras poseída es porque necesitas una salida de emergencia. Para ti, ser escritora significa buscar desesperadamente la puerta de salida. Una peripecia de la que tu inconsciente es responsable te ha llevado a encontrarla. Permanece en este avión, espera a que llegue. Entregarás los impresos en la aduana. Y tu vida imposible habrá terminado. Serás liberada de tu principal problema, que eres tú misma.

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