lunes, 9 de junio de 2014

«Biografía del hambre», de Amélie Nothomb




De alguna forma con Nothomb se palpa demasiado bien eso de no leer un libro sino un autor. Más aquí, donde los destellos (agudos, directos, mordaces, engreídos) se hacen más explícitos y sin tapujos, alguno diría que sin consideración.
Nos presenta el hambre como motor del mundo, como el motivo de esa búsqueda de todo, incluso el hambre de tener hambre, no sólo de comida sino de sensaciones, de hallazgos, de libros, de amores, de otras personas. Hambre sensible y hambre intelectual. Todo gira a su alrededor. Parece que ella nutre a los lugares por donde pasa, a las personas que conoce, a las cosas que pasan. Es una especie de condescendencia o comprensión desde una atalaya inquietante, de reina del mundo. Quizá esto pueda ser un arma de doble filo: la escritura de Nothomb es cortante, sin demasiados ornamentos y al centro del asunto, aunque eso a veces pueda crear un círculo vicioso. O un poco, al menos. Supongo que esto no acarrea la condena del libro porque ese es precisamente su eje central. Una chiquilla que a los siete años tiene la sensación de haberlo vivido todo y que permanecer hasta más allá de los doce le parece una pérdida de tiempo, una lentitud inútil. La decadencia que viene tras la plenitud.
Con rastros de su Metafísica de los tubos Nothomb va hallando esa plenitud y ese motor de vida en el placer: comida, bebida, conocimiento, viajes, proclamación de su divinidad. E incluso eso llega a retorcerse y juega con su ausencia, con la impasibilidad, con el por qué hacer esto o lo otro. Por qué cansarme, si puedo no hacerlo.
Nothomb es interesante por sus manías (o excentricidades, no sé), por sus idas y venidas y por su escritura tajante, sin rodeos ni remordimientos. Aquí, un paseo lleno de hambre y satisfacción.

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