viernes, 19 de septiembre de 2014

«El surrealismo», de Walter Benjamin




El París de los surrealistas es como un "pequeño universo", que es como decir que en el grande, en el cosmos, las cosas no tienen una apariencia distinta.

Benjamin se topa con el surrealismo y, por unos motivos u otros, queda fascinado. Al margen de la discusión de esos motivos concretos, no parece extraño si se atiende al carácter revolucionario del surrealismo y al afán de Benjamin por despojar(se) de las ataduras, de las creencias viciadas, del pasado muerto, de la represión tradicional; no dar la espalda al pasado, pero avanzar sin que eso suponga un impedimento, recogiendo, con todo, lo bueno que aquéllo tenía. Hay que superar eso, emprender un camino de imágenes dialécticas que pasa por otros métodos guiados por el lenguaje, que siempre va y regresa. Un sueño ligero. El surrealismo como un motor potentísimo. La iluminación de la libertad. El surrealismo, lo parezca o no en una primera instancia, termina proyectándose sobre lo material, sobre lo no-religioso, sobre algunos detalles que arrancan un impulso casi mecánico, mágico.

Sumar a la revolución las fuerzas de la embriaguez: en torno a esto gira el surrealismo en todos sus libros e iniciativas.

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