sábado, 4 de octubre de 2014

«Cosmos», de Witold Gombrowicz




¿Qué es una novela policíaca? Un intento de organizar el caos. Por eso mi Cosmos, que me gusta llamar «una novela sobre la formación de la realidad», será una especie de novela policial.

Ésta es una de las novelas más estimulantes que he leído en mucho tiempo. Coherente a partir del absurdo. Tan continua, tan rota y tan sólida, tan tortuosa, tan divertida, demente, que va, vuelve, recoge su propia estela y la deforma, crea caminos nuevos, infinidad de vías y opciones, posibilidades lógicas o aceptables, razonamientos que se apoyan en puntos diversos y aparentemente desconectados, fugaces, mínimos. Es una novela que se va formando a sí misma, si puede decirse así. Una obsesión, un ir encajando las piezas mientras el juego está en marcha y ver qué ocurre, cómo se su-ce-den los hechos, cómo se combinan y superponen y cómo la realidad se va tejiendo a base de asociaciones mentales. Hay un hecho, y luego una encadenación de ellos; el primero, un gorrión ahorcado. Ahora los engranajes empiezan a funcionar y parece que ya no hay parada posible. Después, un palito ahorcado. Y muchas pistas, o muchos indicios. E hipótesis, y supuestas pruebas, y señales casuales o causales, sendas probables. Pensamientos, bifurcaciones, alejamiento, existencia, investigación, entramado (i)lógico, basta ya. Un gato estrangulado-ahorcado. Y luego...ah. Quién, cómo, cuándo, por qué, para qué, dónde, etc, etc, etc.

Un cuerpo de asociaciones que conforman esa realidad con multitud de piezas que pueden encajar, pero lo que se conforma no es, no sólo, una historia, digamos, extravagante: hay algo vital, una trama más cercana que juega un papel algo lateral, pero que está ahí tanto como el gorrión ahorcado y que se inmiscuye en ese todo. Una realidad múltiple, con varios planos que van moviéndose en un mismo terreno, que tienen una misma dirección. La comprensión es posible, pero abarcarlo todo...quién sabe. Gombrowicz juega con zonas iluminadas y oscuras, con un abanico del que posee todas las posibilidades pero que, aun así, es excesivamente complicado ponerlas todas sobre la mesa. Como si la total y absoluta comprensión fuera impracticable y la resolución del asunto partiese de esos detalles, así sean un gorrión y un pedazo de madera ahorcados. 

Cosmos es, entonces, una integración de significados, de corrientes, de movimientos, de sentidos, de suposiciones. La representación de una realidad fragmentaria. Un cosmos particular que se proyecta a algo más general. Eso es. Una realidad a la que no le queda otra que confundirse (o conjugarse), aunque sea parcialmente, con la ficción, con ese discurso arrollador. Y al final de toda esa vorágine, cuando el hecho va a desbordar el tablero de juego, hay una especie de regreso, un alivio de la carga que iba en aumento, que no por ello (no necesariamente) tiene menos peso. Los detalles que, encaramados a no sé dónde, han ido haciendo una historia, casi se aligeran.

Gombrowicz es descomunal. Su forma lo es todo. Da la impresión de que puede hacer lo que quiera, jugar como quiera con esa infinidad de pequeños mundos para formar el suyo propio, para crear. Y para que vayamos siguiendo pistas y formando el puzzle.

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