sábado, 11 de octubre de 2014

«El azul del cielo», de Georges Bataille


A partir de un sufrimiento innoble, de nuevo, la insolencia, que, a pesar de todo, persiste solapadamente, va aumentando, lentamente al principio, y luego, súbitamente en una explosión, me ciega y me exalta en una felicidad que se afirma contra toda razón.

Es extraño, tortuoso y aterrador. Un relato algo caótico, y dentro de ese caos físico y mental se reúnen temas explosivos, a veces imágenes grotescas. Vida, erotismo, viaje, muerte, pulsión sexual algo cadavérica. Obsesión. Parece que no son los temas en sí, sino el resultado de ese cóctel molotov el que produce la inquietud, la mueca al leer. Porque tampoco creo que pueda decirse que destaque aquí una narración soberbia ni un discurrir majestuoso. Pero algo retumba detrás de eso, algo que hace prácticamente imposible no atender a lo que se fragua en ese movimiento. Un querer levantar la cabeza y huir, pero dentro de la obsesión, como si ni siquiera fuera posible, o como si, de todos modos, la obsesión fuera necesaria; como si fuera forzoso, obligado, escribir el relato, diría Bataille. Si no, qué sentido tiene. 
Hay una lucidez casi perversa —no sé hasta qué punto será simplemente la manifestación exacerbada de una esfera que habitualmente se ignora, esfera tabú— que va tejiendo ese torrente, ese vómito e locura. Porque eso parece esta novela: un vómito. Lo demás, todo lo que no gire en torno al vómito, es accesorio. Bataille pasea bajo una presión que parece inducirle al levantamiento, a la revolución, y lo hace en un sendero oscuro que encuentra en sí mismo la lucidez, su propia guía.

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