martes, 9 de diciembre de 2014

«Filosofía para desencantados», de Leonardo da Jandra



Ésta debe de ser una de esas obras que uno recomienda fervientemente aunque no tenga muy claro hasta qué punto comparte las conclusiones propuestas (y, afinando un poco, hasta qué punto comparte incluso el tono del discurso). Pero es valioso, sí. Intuyo que si el lector siente cierta incomodidad o en algún punto de la lectura tiene ganas de parar, de buscar ese punto anterior desde donde volver a mirar y revisar el relato para ver si algo falla, entonces Da Jandra ha cumplido buena parte de su objetivo. Por unas u otras razones, uno sale de esta lectura con algo que antes no traía: un poco de luz para las viejas ideas, alguna modificación en el enfoque de ciertos planteamientos y funciones, o igual sólo una sonrisa (más) desencantada e irónica que dé pie a una nueva búsqueda. De cualquier forma, merece la pena dedicarle un rato.

Da Jandra viene feroz manteniendo que el conocimiento es experiencia vital, que la lógica y la pura intelectualidad no bastan para pensar el mundo; que hay que llevar la filosofía a otros estadios más accesibles a la vez que se la despoja de torpeza. Viene a repensar la ética, a ubicarla en el marco de la sociedad y a situarla por encima de la autogratificación, por encima del egocentrismo y con la vista puesta en un sociocentrismo que pueda llevar al cosmocentrismo que salve esa confrontación dualista que nos dio un cruento siglo XX. Plantea una libertad venida de esa ética de la cooperación, no de la confrontación; una filosofía que abra caminos no negando el mundo dualista sino integrándolo en un mismo propósito. Una filosofía que permita avanzar a otras disciplinas y que avance ella misma mediante este trabajo de desbrozar y conjugar, de abrir y unir caminos, de formar parte activa de la vida.
Es muy fácil identificar el ambiente, la decadencia, las dudas y los problemas que Da Jandra pone sobre la mesa y sumarse a ellos; participar del desarrollo que sostiene ya es otra cosa. De hecho, considero bastante difícil que el lector cierre el libro asintiendo por completo a la exposición. Se hace extraño (o se me ha hecho a mí, en fin) ver a un mismo nivel la propuesta inicial y sus posteriores (aunque no definitivas) conclusiones. Pero puede que haya dos partes diferenciadas (no explícitamente), y que el valioso aporte de Da Jandra radique más en la primera —el valiente ataque a esa lucha entre filosofías, el alejamiento de lo estrictamente académico, la agrupación de tendencias en la medida de lo posible— que en la segunda —su aplicación, su personal toma de postura a ese principio necesario aquí y ahora—.

Decía que no tengo muy claro hasta qué punto coincido con Da Jandra por las conclusiones, por el contenido con que llena el método. El método es muy deseable, quiero suponer. La actitud guerrera de Da Jandra ofrece aliento a una filosofía (o un mundo) llena de hastío que puede tomar así un impulso renovador y encontrar nuevos lugares propios. Resolución y no disolución de los problemas (en tanto que éstos son verdaderos problemas). Es una forma de salir del estancamiento, de mirar un poco más allá y al menos creer que una nueva filosofía —un nuevo enfoque, un ajuste en la proyección— es posible y, más aun, necesaria. Una armonización, una integración de filosofía analítica y filosofía narrativa o imaginativa, de teoría y praxis, de ciencia y religión, de encrucijadas. Una forma de ampliar el horizonte de comprensión y de guiar adecuadamente ese tránsito que no tiene objetivo concreto y determinado; tránsito, en fin, que acaba teniendo como razón de ser el propio camino que se va haciendo conforme a los requerimientos de su realidad y que debe atender a los distintos focos que le afectan.

Retomando entonces lo que dije al inicio, recomiendo fervientemente Filosofía para desencantados. Y a ver qué pasa.

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