martes, 5 de mayo de 2015

«La gastritis de Platón», de Antonio Tabucchi



   Pero, como dice Gertrude Stein, «los pequeños artistas tienen todos los dolores y la infelicidad de los grandes artistas, sólo que no son grandes artistas». Y si este principio es verdad, no es menos verdad que, con sus dolores e infelicidad, todos los pequeños artistas, aunque no sean capaces de escribir Finnegans Wake, pueden por lo menos «sentirlo» y usarlo como ganzúa para descerrajar la puerta de la realidad.


   El eterno dilema de la función del intelectual de la mano de Tabucchi. No podía dejarlo pasar. No sé si puede extraerse de aquí algo deslumbrante o novedoso, creo que no, pero quizá sí se esclarezca el panorama para pensar-lo con más agilidad y perspectiva, y en ese sentido hay que apreciar que Tabucchi logra lo que pretendía, que no engaña a nadie con falsas esperanzas y que a su vez despeja con lucidez personal un camino demasiado trillado. En todo caso, es muy tentador el tono con el que habla del tema, tanto como para darle una oportunidad aunque a priori sus argumentos pudieran no parecer del todo satisfactorios.

   Todo se desata a partir de unas declaraciones de Umberto Eco en las que afirma que lo único que puede hacer el intelectual cuando su casa se quema es avisar a los bomberos, o que no le está reservado tanto un papel activo o revolucionario como de prudente previsor y gestor cultural. Tabucchi va a arremeter contra esa visión apuntando al intelectual (escritores y artistas incluidos, a los que Eco parece dejar al margen) en tanto que sujeto con la capacidad y el deber de crear algo de confusión, de sembrar la duda, de hallar y exponer cierta tensión en el consenso, mejor si es con ligera ironía. Es casi un desocultamiento social o cultural, un hacer ver, una manera particular no de traer la crisis sino de descubrirla, y de señalar un espacio de amplias posibilidades que de otra manera quedaría estrechamente reducido.
   Quizá esto —cualquier debate de esta índole, realmente— no provoque más que una mueca si quiere ser aplicado a la rabiosa actualidad, pero parece que es precisamente en momentos de crisis cuando se abren estas discusiones, y, aunque sea mínimamente, merece la pena ver a Tabucchi dar la cara: escribir y seguir escribiendo para dar cabida a las preguntas que siguen surgiendo, poner sobre la mesa, mostrar discursos casi necesarios e incómodos, desvelar los engranajes de una realidad algo solapada y estática; leer el mundo casi a contrapelo, reestructurando la lógica sobre la que se erige y cuestionando con coherencia si lo que tenemos por causas y efectos realmente lo son o si hemos hecho identificaciones equívocas. Parece que la manida función sea un hurgar en lo que hay más que un hacer algo a partir de cero o un acto genuino de creación, si es que eso tiene algún interés y sin que esto suponga relegar el papel del intelectual a una posición meramente complementaria o anecdótica.

   Puede que ni el relativo conformismo de Eco ni la desaforada actividad que plantea Tabucchi tengan que tomarse como tal o sean solución de algo. Quizá, y aunque pueda sonar poco atrevido, una posición intermedia que se ubique a conciencia en su contexto espacio-temporal resuelva más cosas que otra postura determinada de antemano. Y si darle vueltas al asunto y a libros como éste no conlleva ya un posicionamiento poco activo, supongo que no está mal dedicarle un poco de tiempo a Tabucchi, siempre tan despierto e inteligente.


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