domingo, 19 de julio de 2015

«Historia universal de la infamia», de Jorge Luis Borges



   La tierra que habitamos es un error, una incompetente parodia. Los espejos y la paternidad son abominables, porque la multiplican y afirman. El asco es la virtud fundamental. Dos disciplinas (cuya elección dejaba libre el profeta) pueden conducirnos a ella: la abstinencia y el desenfreno, el ejercicio de la carne o su castidad.


   Quizá sea ésta la exhibición de una impostura radical, no identificable, aunque de alguna forma se intuya que hay algo escondido, algo alterado. La sutileza e inteligencia de Borges se concretan aquí en una serie de relatos que son llevados a la frontera entre realidad y ficción sin evidencias, sin arranques fulgurantes ni torpezas. Son biografías de delincuentes, asesinos, héroes, canallas, personajes que Borges adopta —casi resucita para conferirles un aire nuevo, seguramente mejor. Borges respeta todo lo que concierne al relato real, pero, variando ligera y elegantemente ciertos bordes del tapiz, lo hace suyo; deja caer ciertas apreciaciones que hacen que el relato sea otro sin dejar de ser el mismo, el verídico. Borges toma la historia real y modifica algunas pequeñas notas de tal suerte que uno no se atrevería a decir que de hecho ha cambiado la historia, o, en cualquier caso, qué cosa ha cambiado; pero la historia ha variado, aunque no sepamos exactamente cómo.
      Él es quien mejor lo dice: Son el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar (sin justificación estética alguna vez) ajenas historias.

   Borges ya ha jugado su papel, ha reescrito el relato sin caer en lodazales ficticios y ha de-mostrado que la historia puede ser Historia y la Historia historia. Demuestra, también, que la absoluta seguridad puede jugar malas pasadas, más si se sabe manejar el lenguaje.


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