jueves, 16 de julio de 2015

«Una juventud», de Patrick Modiano



   No saben que es su último paseo por París. Todavía no tienen existencia individual y van confundidos con las fachadas y las aceras. En el macadán, remendado como una tela vieja, hay escritas fechas que indican las coladas sucesivas de alquitrán, pero quizá también nacimientos, citas, muertes. Más adelante, cuando recuerden este período de sus vidas, volverán a ver cruces de calles y portales de edificios. Han captado todos sus reflejos. No eran sino pompas irisadas con los colores de esa ciudad: gris y negro.


   Dibujando con ligereza el ambiente que luego envolverá a gran parte de su obra, Modiano se embarca aquí en un recuerdo, en una vuelta al pasado con la intención de alumbrar dos lugares, dos estancias vitales son al fin la misma. No se trata tanto de un repaso que otorgue sentido al presente de quien recuerda como de una especie de testimonio, de tránsito abrupto y algo grotesco, de la memoria de los días que supusieron el inicio —o el primer inicio— de las vidas de Odile y Louis, inicio con el que luego parecen marcar distancias, situándose en esa otra estancia vital, en esa otra existencia más estable, no sé si más resignada. Se mueven por un París que no se deja aprehender, por calles desdibujadas, entre claroscuros, por situaciones de las que parecen no poder escapar mientras se encuentren en ese tránsito iniciático, quizá con la silenciosa confianza en la fugacidad de esa etapa, en la cercanía del cambio.

   Modiano esboza la juventud como un tiempo difícil y algo apático; con la sensación de estar empezando algo, sin saber muy bien qué. Con la intuición de que hay que pasar. Y desde luego con una ciudad que parece poder devorar a uno, inexperto, en cualquier momento. Esa ciudad desapacible concibe y acoge una carrera frustrada, unas relaciones extrañas, poder, dominación, cambios de ruta. Acoge, sobre todo, la hasta cierto punto insípida vida de los protagonistas, mostrada a base de impresiones, de notas aisladas que tienden a relacionarse para conformar un esquema general donde los espacios en blanco, aunque no escondan secretos brillantes, son necesarios, son reales.


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