jueves, 6 de agosto de 2015

«Réquiem», de Antonio Tabucchi



   Qué extraño, durante mi juventud pensaba que aquel azul era mío, que me pertenecía, pero ahora era un azul exagerado y distante,  como una alucinación, y pensé: No es verdad, no puede ser verdad que me encuentre de nuevo en esta cama y en vez de mirar hacia el techo, como hice durante tantas noches, esté mirando un cielo que antaño me pertenecía.


   Un réquiem, una alucinación a modo de novela y con esencia portuguesa, porque tenía que ser así, dice Tabucchi. Es un trayecto, un viaje, el tránsito que este Yo tiene que pasar en un caluroso domingo de julio para encontrar algo, un personaje importante con quien está citado, quién sabe si Pessoa. Es una especie de sueño cargado de símbolos y significados, sueño que se mueve mediante una especie de inercia más o menos azarosa entre la conciencia y la inconsciencia, entre la realidad y la ficción o la imaginación, para conjurar en un mismo y difuso presente a distintas personas y distintos tiempos, de manera que unos se expliquen a otros y el protagonista pueda comprenderse algo mejor y pensar su vida con mejor perspectiva, si acaso confía en la realidad en la que está sumergido. Es una forma de resolver viejos asuntos mediante ese viaje espectral, liviano, siempre con el apremio de ir al encuentro de aquel personaje y no llegar tarde, a ser posible. Es un encontrarse con distintos personajes y repasar enclaves vitales con una cómoda ligereza de fondo, sin excesiva solemnidad, a pesar de lo importantes que pudieran ser esos asuntos. Y es una realidad de la que Lisboa forma parte, una Lisboa que penetra en cada pensamiento y acción del protagonista y que tiene un aire fantasmal, pero del todo reconocible.


   Eso sí, confirmó él, conmigo es lo que pasa siempre, pero mire usted, ¿no cree que eso es precisamente lo que la literatura debe hacer, provocar desasosiego? En lo que a mí respecta, no tengo ninguna confianza en la literatura que tranquiliza las conciencias.


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