miércoles, 30 de septiembre de 2015

«Fervor de Buenos Aires», de Borges




"El truco"

Cuarenta naipes han desplazado la vida.
Pintados talismanes de cartón
nos hacen olvidar nuestros destinos
y una creación risueña
va poblando el tiempo robado
con las floridas travesuras
de una mitología casera.
En los lindes de la mesa
la vida de los otros se detiene.
Adentro hay un extraño país:
las aventuras del envido y del quiero,
la autoridad del as de espadas,
como don Juan Manuel, omnipotente,
y el siete de oros tintineando esperanza.
Una lentitud cimarrona
va demorando las palabras
y como las alternativas del juego
se repiten y se repiten,
los jugadores de esta noche
copian antiguas bazas:
hecho que resucita un poco, muy poco,
a las generaciones de los mayores
que legaron al tiempo de Buenos Aires
los mismos versos y las mismas diabluras.


   Borges opera con fascinante conciencia, traten de lo que traten sus creaciones. Quizá respecto a Borges pueda uno decir sin demasiados reparos que verdaderamente crea, conforma estructuras y perspectivas que parten de algo dado para multiplicarlo y expandirlo, para penetrar en ello, como si cada poema —desde los primeros a los últimos estuviera ya en el corazón de su objetivo y hablara desde allí, percibiéndolo de primera mano. Fervor de Buenos Aires es producto del reencuentro con su origen, con Buenos Aires, aunque quizá, como él dice, las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos, y él sabe escribir esas cosas como nadie, tratarlas con una tonada universal, diría; éste es un libro escrito en su juventud, sin que ello suponga, a pesar de lo que más tarde querría arreglar y corregir —aliviar, alguna falta o algún exceso, por uno u otro extremo.

   Ya están aquí, como preámbulo de lo que vendría luego, la vida y el tiempo y la muerte, impresiones efímeras que revelan algo duradero, el paisaje interior del poeta, la sensación de los objetos y lo que ellos encierran, lugares de donde rescatar algo, la memoria y las ideas, algo de nostalgia. Está todo, de alguna manera; quizá, y sólo quizá, de forma más atrevida, más pasional.


(...)
Ciegamente reclama duración el alma arbitraria
cuando la tiene asegurada en vidas ajenas,
cuando tú mismo eres el espejo y la réplica
de quienes no alcanzaron tu tiempo
y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra.


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