viernes, 16 de octubre de 2015

«2020», de Javier Moreno



   Quizá esta novela sea una fotografía múltiple, dinámica pero de corto recorrido —el recorrido que permite España, la España de la bajeza—, un cuadro social situado en una crisis ya consolidada y establecida, como si hubiera descubierto —la crisis— que España es el lugar idóneo para ella y sus habitantes los mejores inquilinos. Conservadores, conformes, incultos, complacientes, antítesis de la revolución o de cualquier cambio, digan lo que digan. Imbéciles, responde el hombre del diván cuando otro, sentado en una silla modelo Swan, le pregunta por sus recuerdos. Ni siquiera resignados; para eso hace falta cierta argumentación, cierto sentido de la ubicuidad, cierto tipo de conciencia. Guardan los españoles una inexplicable falta de odio, cierta ausencia. Y así se configura el panorama, un paisaje del todo verosímil, coherente si se piensa desde el ahora; el hundimiento de un país que no puede acabar de otro modo. Un Madrid casi esperpéntico, casi increíble.

   Los aviones de Barajas, abandonados, dan refugio ahora a quienes pudieron llegar primero y marcaron su territorio. Persianas echadas, manifestaciones más o menos inútiles o viciadas, las pesetas de nuevo en circulación —Eurovegas ha nacido, el poder económico —asombrado— cabalgando a sus anchas, sin obstáculos. Es una especie de distopía acotada, acorde al lugar y a la situación, burda y extrema, o casi. La proyección de un futuro que mejor no se acerque. Un mal endémico innegable, pero sin rostro, un tanto abstracto, que provoca la confusión, la desorientación, el abandono.

   Para dar forma a todo ello tenemos unos personajes con los que Moreno teje una trama a base de capítulos breves y rápidos —rabiosamente actuales, entonces, dando voz a uno y a otro —y a sí mismo— y tomando así el tono y el pulso de la realidad, esbozando, duro e irónico, el funesto pozo sin fondo de la crisis. Es una investigación cuyo interés no está en al final —ya estamos al final— sino en el recorrido, en las diversas constataciones de la crisis, duras, fantásticas, absurdas, amargas, certeras. Moreno hace todo eso con sello propio, inconfundible, mediante una escritura directa y precisa, llena de momentos lúcidos y feroces, reflexiones sobre la literatura y esa vida así retratada, ociosa y burda, que parece encogerse de hombros con media sonrisa mientras algo caótico y muchas veces contradictorio desfila ante ella.


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