lunes, 9 de noviembre de 2015

«Filosofía y poesía», de María Zambrano



   ¿No será posible que algún día afortunado la poesía recoja todo lo que la filosofía sabe, todo lo que aprendió en su alejamiento y en su duda, para fijar lúcidamente y para todos su sueño?



   María Zambrano hace en Filosofía y poesía (1939) un recorrido por la historia de la filosofía y de la poesía, formas de palabra insuficientes, deudoras o carentes de algo, cada una a su manera. Formas de palabra que, a su estilo, han dado forma y vehiculizado el lenguaje y la comprensión humanas, formas de palabra que han moldeado incluso al propio sujeto —poeta, filósofo— y han mantenido cierta relación —o pretensión de relación—, aunque fuera para negarse o anularse, siempre o casi siempre manteniendo la tensión, puntos de contacto y de distancia.

   Así desde la condena platónica de la poesía, así desde que, en sus orígenes, fuesen pocos los que pudieran conjugar pensamiento y poesía con éxito, en un todo común.

   Ambas comparten el origen: la admiración, el éxtasis ante la realidad; pero toman caminos distintos, digamos, el filósofo un avance ambicioso venido de la violencia —en algún momento casi una huida hacia delante— y el poeta una especie de regresión, un desandar el camino para volver al origen, un quedarse con las apariencias, la multiplicidad de las cosas —donde encuentra, con todo, su unidad. La filosofía solemne, metódica, vehemente, sumida o queriendo sumirse en la verdad y sólo en la verdad, casi diría de aspiraciones imperiales, totalitarias; la poesía dispersa, alejada del poder, atendiendo a las sombras, ametódica y sin ética —con conciencia y ética particulares, justificadas—, olvidada de sí misma y entregada.

   De alguna manera filosofía y poesía comparten dudas y motivos, habitan —irremediablemente— el mismo mundo y su problemática es común; pero la resolución las lleva a distanciarse, a encontrar distintos desarrollos según su propia naturaleza, casi a romper toda conexión, a hacer irreversible la ruptura. Quizá sólo el amor y la belleza —de nuevo Platón—, esto es, la conversión, consiga volver a unirlas, logre la reconciliación, cerrar el círculo. Filosofía y poesía, dice Zambrano, no se han diferenciado más que por la violencia primero, por la voluntad después. Quizá la única diferencia o conjunto de diferencias radique en eso, en la forma de hacerse, filosofía y poesía —metódica y ametódica—, a sí mismas, en la manera de encarar sus objetivos.

   Le es difícil, al filósofo, retroceder; al poeta, decidirse. La unión entre filosofía y poesía no es una realidad, apunta Zambrano, pero quizá ya haya algún punto que pueda propiciarla, quizá el filósofo deba atender a sus orígenes. La razón poética, el acercamiento de la poesía al pensamiento.


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